Sin embargo, ya no sorprende, ni a los demás ni a mí mismo, esa capacidad de hacer las cosas a destiempo, cuando ya no hacen falta... Ese llegar siempre a tiempo, sonriente y muy dispuesto, cuando nadie te necesita.
Así, llegan ahora las aguas planas de los lagos alpinos, cuando el verano más largo jamás contado languidece de puro aburrimiento, y cuando al fin algo se mueve o parece, al menos, que se mueve. Aguas que visité este pasado agosto, en unas vacaciones familiares de manual, en esas que dejamos casi todas nuestras (pre)ocupaciones que nos apartan de nuestros seres queridos tantas tardes del año. Y digo casi porque aunque esta vez el destino elegido era allende las tierras, me guardé un as el manga que al final me valió para, por lo menos, perder con la honra. O casi.
De esta manera escondí (?) en la furgoneta una tabla de freestyle y un par de velas, sabedor de que los lagos subalpinos de la bella Italia son verdaderos paraísos del windsurf. Y digo paraísos porque si bien es cierto el agua está más plana que en nuestro Secret un buen día de lebeche, la cantidad de días en los cuales hay al menos F4 es muy elevada. De hecho cuentan los locales que con una buena mesa familiar de slalom y una veloncio se navegan todos los días de verano... ¿Os imagináis?
El lago di Garda se iba a convertir en mi objetivo para los días que quisiera darme un baño, dada la cercanía con Verona, nuestra residencia. Garda es el archifamoso lugar donde varais decenas de spots hacen las delicias de los más virtuosos freestylers, sobre todo en su spot más al norte -Torbole, spot mondiale- donde hay montada una industria en torno al windsurf que deja con la boca abierta. No he visto nada parecido ni en Tarifa: escuelas que se contaban por decenas, tiendas de windsurf, cartelones de publicidad con trucos de freestyle, y sobre todo, cientos y cientos (miles diría yo) de windsurfistas de todos los tipos y niveles, compartiendo las aguas dulces del Garda en un sincronizado caos muy a la italiana. Puedo afirmar sin atisbo de dudas que jamás vi a tantos windsurfistas navegando al mismo tiempo. Bello y horrendo a la vez.
Es por esto que no probé las aguas del Garda durante el mes que estuve en tierras italianas. Abrumado, por esta orgía de viento decidí mudarme más al norte y buscar condiciones similares en los cientos de lagos pequeños del Trentino ed Alto Adige. Las bondades de los vientos anabáticos y catabáticos no son tan generosas como en el Garda, pero aun así, algo me decía que quizá algo podría encontrar de divertido en esas aisladas masas de aguas que, tal vez, echaban tanto de menos como yo el océano.
De esta forma pude navegar en el Lago de Molveno, localidad de esas que una vez oíste en un cuento y que creías que existía solo en la memoria de los niños... Casas de madera al estilo tirolés, limpieza centroeuropea, prados verdes que morían en la misma orilla del lago y un exquisito civismo que hacía preguntarte una y otra vez qué tenemos en común con estos europeos del norte.
¿Y que tal eso de navegar en agua dulce? Pues raro, porque eso de que te caigas al agua y que no te escuezan los ojos es muy extraño. Amén de ver cómo cambian las condiciones de flotabilidad en agua no salina. Todo es... diferente. No obstante debo reconocer que fue una experiencia que me dio mucho más de lo que esperaba. En primer lugar porque pude descubrir otro windsurf que existe y que no imaginaba, y que además es el único para miles de windsurfistas que se encuentran atrapados en algún valle donde quién sabe si alguna vez volverá el océano, y en segundo, por lo espectacular que resulta navegar bajo montañas que alcanzan los casi cuatro mil metros, en aguas cristalinamente absurdas, y rodeado de un universo tan verde que el mundo no parece ese triste lugar mancillado.
Este deporte es grande, aunque sea con agua dulce.
1 comentario:
ay,
pepito,
no habia visto la nueva entrada
y
,al hacerlo,
por un momento pense
que incluso estaria dispuesto
a perder una buena sesion en olas
por recorrer esos parajes
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