martes, 16 de agosto de 2011

Diáspora


En 1976, Cristina Peri Rossi escribía un poemario singular con este mismo título y que bastantes años después -y sin ninguna intención, imagino- golpearía mi horizonte poético. Ahora, con aún unos años más y todavía tarde, repaso con agosto esta palabra en mi memoria y entretengo mi lengua, mi sed y mis dientes jugando a pronunciarla.

Y es que así imagino a los Centauros. Repartidos a su suerte y en búsqueda infinita. Obligados a la dispersión y repartidos por este anónimo mundo. Expatriados de nosesabe-muybien-donde, extranjeros de Galicia, Asturias, Portugal, Lanzarote...

Algunos, sin embargo, nos hemos quedado. Aunque sea para actualizar el blog, mal y tarde, o aunque sea para dar cuenta de las pocas olas que por aquí han pasado. Y es que algo ha habido. Gracias a las bondades del jaloque, al phreestylismo de tercera, a la fiebre del forward y a los minimal surfing hemos sobrevenido, por encima del calor y las masas del verano. De lo demás, que sean los demás que hablen.





Con la túnica larga
que le compraste a un marroquí en Rabat
y ese aire dulce e impaciente
que arrastras por la plaza
las sandalias sobre el polvo
el pelo largo
bajo la túnica nada
si se puede llamar nada a tu cuerpo
quemado por los soles de Rabat
más la pasión que despertaste en un negro en las calles de Cadaqués

que no son calles
sino caminos de piedra
y olímpica te sentaste en el bar hippie
rodeada de tus amigos de túnicas y pelos largos
a beber oporto y fumar hachís
ah qué melena te llovía sobre los hombros esa tarde en Cadaqués
con aquellas ropas que desafiaban las normas
pero eran otras normas
las normas de la diferenciación
de acuerdo
cambiemos un burgués por otro
ah qué túnica arrastrabas sobre las piedras
peregrinación como aquella
solamente Jesucristo la emprendiera
Nada tenía que hacer en Cadaqués más que mirarte a los ojos
mientras tú viajabas en hachís en camellos casi blancos de largas pestañas
que acariciaban como los ojos de una doncella
sé que te gustan las mujeres
casi tanto como los negros
casi tanto como los indios
casi tanto como te gustan las canciones de Barbara
yo no tenía nada que hacer en Cadaqués
más que seguirte la pista
como un perro entrenado
buscarte
calles empinadas
casas blancas
el sol del Mediterráneo
viejo sol
cálido sol
ah no me mires así
te perdí en Rabat
te busqué en barca
pequeño Cadaqués
las niñas pálidas que fuman hachís y pasean en camellos de largas pestañas

en el maldito bar de hippies
no me dejaron entrar
juré que no tenía cuenta bancaria
es cierto
¿Cómo explicarles el azar?
No tengo auto
no tengo televisor
no tengo acciones ni crédito bancario
por casualidad
el viento me trajo a Cadaqués
estoy buscando a la niña de túnica larga
la que paseaba por las calles
como Jesucristo
y va dejando atrás
negros borrachos
amigos muertos
y un roce de sandalias
Tus amigos
no me dejaron entrar al bar
el agua había caído toda la tarde
me preocupé por tu pelo
tu cabello mojado
hay que ser cuidadosa
me desvelo por ti
el campanario dio otro cuarto
¿estarías escondida en el confesionario?
Ah Barbara
no me mortifiques
deja a esa niña en paz
quiero verla caminar por Cadaqués
y tener un estremecimiento de címbalo
vibrar en el aire
como el agudo de un vaso
Ah Mediterráneo
suelta a esa niña
déjala bogar en mi memoria
su fascinación de túnica pálida
el silencio que envuelve su paseo por las plazas
la fricción de sus sandalias
suavemente sobre el polvo
convienen más a mi memoria
que a tu historial de aguas
En Cadaqués un pájaro negro se paseaba
tan negro como un cuervo
tan gris como el reflejo del Mediterráneo en las ventanas
aquella tarde que llovía en Cadaqués
y con paso ligero pero digno
con velocidad y nobleza
-sin dejar caer los tules ni los chales-
como reinas que huyen majestuosamente
las barcas volvían de sus citas
al amarradero de la playa
Y mientras te buscaba
observé que el famoso altar de la iglesia
era un poco recargado
un problema de formas excesivamente hinchadas
un embarazo enterno
algo difícil de largar
Demasiado oro para mí
mientras sólo dos viejas comulgaban
y una pareja de hippies observaba la ceremonia
con delectación no exenta de ironía
-una cultura de rituales-
y maldito sea
¿es que no se te había ocurrido refugiarte en la iglesia
en el altar mayor recargado de oro y púrpura
esa tarde que llovía en Cadaqués,
protegiéndote de la tramontana?
De modo que salí
justo a tiempo para escuchar que desde un lugar
salía una música
salía una música
que te juro no era Barbara cantando Á peine
una música y un cantor que venían de lejos
de un país que tú no conocías y era mi país
el país abandonado en diáspora
el país ocupado por el ejército nacional
una música y una canción que yo había escuchado en mi infancia
que no fue una dorada infancia en Cadaqués con paseos en barca
-Marcel Proust-
y pesca submarina
y Barbara ya no perseguía a la niña de túinca larga
y tuve frío por primera vez en Cadaqués
y cuando alguien me habló en francés
le contesté hijo de puta
y cuando vi a dos hippies abrazados les grité: hijos de puta
y cuando una holandesa me preguntó algo mostrándome un mapa en su delicada mano
le dije hija de puta
y ya no estabas en Cadaqués,
lo juro,
todas las túnicas eran túnicas sucias
y nadie usaba sandalias
y me son indiferentes todas las mujeres
todas las tierras
todos los mares,
Mediterráneo, poca cosa,
Cadaqués, piedra sobre piedra,
tú,
nada más que una niña viciosa.

Diáspora.

Cristina Peri Rossi

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