Contaba Proust
mientras se preparaba para buscar su tiempo perdido
que transcurren unos segundos
-a veces incluso minutos-
en los que tras despertar
uno no reconoce plano alguno.
Pero el peso de la existencia
cae entonces cruel sobre la almohada
y nos abandona con violencia
ese estado en el que intuimos saber quiénes somos
y qué es lo que queremos.
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